Los rastreos
La humanidad vive conectada los 365 días del año a través de dispositivos móviles que se guardan en el bolsillo de cualquier prenda. Donde sea que el usuario vaya el teléfono registra sigiloso ese movimiento y lo sube al servidor de cada aplicación instalada, sistema operativo (Android o iOS) y lo mismo hacen los sistemas de georeferenciación que tanto ayudan a encontrar un restaurante desconocido o simplemente llegar a casa. Un océano de datos personales cubre cada rincón de la tierra y en la nube empresas y gobiernos los acaparan y les aplican un valor de mercado. El mundo atraviesa una era signada por las redes sociales, la desinformación en base a noticias falsas, vigilancia digital (semi) regulada, publicidad en Internet y un nuevo concepto de targeting para uso comercial y político que se basa en el análisis exhaustivo de algoritmos que procesan inmensos volúmenes de datos (Big Data). En eso estábamos cuando en la ciudad de Wuhan (Hubei, China) se desató la pandemia de covid-19 que en poco más de tres meses se expandió por todo el planeta. Al día de hoy lleva infectados a más de 3 millones de personas, con unos 217.000 muertos y la cuenta continúa. La economía del mundo se encuentra paralizada y un número importante de la población mundial está encerrada en sus casas a la espera de un tratamiento o vacuna que le ponga fin Desde los ataques del 911 en 2001 a las Torres Gemelas comenzó un periodo de inestabilidad global en donde el conflicto bélico se desterritorializó bajo la idea de “lucha contra el terrorismo”. Esto derivó en un nuevo concepto de seguridad para los países del hemisferio norte —que luego se extendió al mundo— en donde parte significativa de la vigilancia pasó a recaer en herramientas digitales y nuevas tecnologías derivadas de la web 2.0. Las ciudades se llenaron de cámaras de videovigilancia conectadas a Internet que empezaron a monitorear en directo los sectores más densamente transitados de las urbes en busca de delitos y terroristas. En ese proceso llegó la revolución de Apple y su familia iOS: teléfonos inteligentes con pantallas táctiles, GPS y conexión ubicua a Internet. A continuación Google sacó su sistema operativo Android para teléfonos genéricos e inundó el mercado de smartphones a precios accesibles. Previamente ya había hecho su aparición Facebook y todos se encontraron con ese viejo amigo de la primaria o una ex pareja que se había mudado al otro lado del mundo. Esta revolución que los usuarios pensaron era gratis tuvo un costo: los datos personales de navegación y el surgimiento de la economía de datos. Todavía no se sabía de organizaciones como Wikileaks, nombres como los Chelsea Manning, Edward Snowden y compañías de análisis de datos para procesos electorales como Cambridge Analitica. Las herramientas de trackeo, seguimiento GPS, reconocimiento facial o detectores térmicos de temperatura por video que hoy se usan para identificar sospechosos de Coronavirus se empleaban para otras tareas —y en algunos casos— con mayor control y regulación. Lo que ahora sabemos con los hechos consumados es que cada cambio en el mundo digital a partir de 2001 permitió los desarrollos y usos actuales de tecnología para control social.

 

 

 
 
 
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